Thursday, February 24, 2011

EL HOMBRE SIN SOMBRA (3ª PARTE)


Sus ojos lastimados se cegaron dañados por el fulminante brillo. ¡No podía ser! Si él aguantaba los cuchillos hirientes del sol sin soltar una lágrima. Desvió su mirada y lanzó el resto de joyas al interior de una saca, y allí la vio, pusilánime y traidora, siguiendo el movimiento de su brazo. Su sombra había vuelto. Saltaron todas las alarmas, se activaron todos los dispositivos; el estruendo sonoro atrajo al lugar a cientos de miembros de Seguridad y Policía: El hombre sin sombra había sido cazado.

Al día siguiente en los titulares, el hombre sin sombra era el autentico protagonista. Todos los periódicos en sus portadas plasmaban la noticia. Ni una sola imagen. La gente pasaba página tras página con la esperanza de ver el rostro del hombre sin sombra en alguna instantánea. Nada. Fotos del botín hallado en la saca, un primer plano del majestuoso palacio, incluso de los funcionarios de Policía escoltando hacia el coche patrulla, el hueco vacío de un forajido al que no captaban las cámaras. Lo mismo sucedía camino de los Juzgados para su comparecencia ante el Juez: Ni una sola imagen del hombre sin sombra. Todo el mundo parecía consternado. Él ya sabía que no podía salir retratado ni grabado por cámara alguna, y también sabía cual era la causa; o al menos el motivo: Su sombra, esa maldita proyección de luz que a su libre antojo aparecía y desaparecía de su entorno, y le había condenado para el resto de su vida.

Tumbado, sobre el mugroso camastro de una celda de Alta Seguridad, lamentandose entre cavilaciones, su mala sombra. Escondida de nuevo en algún lugar de su cuerpo que él desconoce; con un solo deseo, un único empeño: Darle captura y acabar con ella para siempre. No iba a cesar en su empeño, al mínimo descuido la agarraría con sus propias manos del cuello y la estrangularía con todas sus fuerzas. Disponía de todo el tiempo del mundo allí dentro. En algún momento bajará la guardia.

Un foco de luz mortecino empotrado en el techo era su principal objetivo, horas y horas bajo sus haces, girando de un lado, de otro; contrayendo sus articulaciones, agachando su cuerpo, realizando esquivos imposibles, cabriolas inauditas… No había manera de atraparla.

Perdida toda esperanza, finalmente la hizo volver. Para su desgracia, ya no le quedaban apenas fuerzas ni para darle un pequeño apretujón. Su cuerpo, inerte, yacía colgado del cuello, pendido y ligeramente balanceado por un cordel sujeto a una viga de hormigón, en las letrinas del Centro Penitenciario. La tenue luz del lavabo dibujaba en el suelo la silueta perfecta del hombre sin sombra, ahora sí, alargada y perfecta, coincidiendo con la proyección de cada una de las líneas de su cuerpo; excepto a la altura de la cara, donde la boca desfigurada tras exhalar su último aliento, reflejaba la grotesca mueca de un monstruo rompiendo a carcajadas.

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