Sunday, May 23, 2010

EL MUNDO DONDE LAS COSAS VUELVEN A SU SITIO (2ª PARTE)

Si aunque no lo parezca; sin dejar de mirarme al espejo, tengo cuarenta y cuatro años. Entre tantas cavilaciones he perdido el oremus, el coche se ha salido de su habitual recorrido, y es como si siquiera un rumbo prefijado. Me dejo llevar, inconsciente; mermado de fuerza de voluntad. Se hace difícil conducir, las ropas cuelgan por todas partes, mi visibilidad queda reducida, me hago un lío con los pedales a los que apenas llego… Finalmente, el vehículo se detiene al colisionar con algo que no puedo distinguir y que me hace perder el conocimiento, tras un golpe brusco en la frente contra el volante. Ignoro cuanto tiempo he estado sumido en ese estado, pero cuando consigo despertar, mi cuerpo es el de un niño de pocos años. Con mucho esfuerzo consigo deshacerme de la ropa liberando sus ataduras. Un mayor esfuerzo, tengo que realizar para abrir la puerta, hay un montón de cosas que no entiendo. Cuando acierto, exhausto, caigo al suelo gateando por la acera imposibilitado para andar. Alzo mi cabezita pelona y sin más, me pongo a berrear como un descosido. La fachada del edificio al que me dirijo me resulta familiar. Una señora vestida de blanco y con zuecos, sin mediar palabra, me recoge del suelo y entre carantoñas, me deposita en unas cubetas junto a un grupo de retoños iracundos, después de asearme, tomarme la temperatura y fijarme un pañal. Me quedo dormidito y posteriormente me llevan a una sala repleta de luces, con unos señores vestidos de verde con guantes y el rostro tapado. Uno de ellos me agarra de los tobillos y me alza cabeza abajo tras un cachete brusco en los glúteos, dejo de llorar. Me acercan a una señora que descansa sobre una litera, afligida y espatarrada. También me resulta enormemente familiar: ¡Maaamaaaa…!

Después un forcejeo, apreturas. Silencio, y una liquida oscuridad…

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