Sunday, May 23, 2010

EL MUNDO DONDE LAS COSAS VUELVEN A SU SITIO (1ª PARTE)


No recordaba en mi vida un sueño tan reparador, es como si hubiera estado dormido mil y una noches. Me sentía esplendido, voraz. En un respingo me incorporo de la cama con inusitada agilidad. Antes de ir al baño, como cada mañana, recorro la casa para calibrar el tiempo que me va a llevar ponerla en orden. Si conocieran a mi zarrapastrosa familia, se habrían quedado tan sorprendidos como lo estoy yo ahora mismo, de piedra. Los peines en sus cajones, las toallas en los armarios; hasta los cubiertos del desayuno limpios junto al resto de la cocina. Perplejo, acudo a lavarme la cara para despejarme, festejo ante el espejo los sorprendentes resultado de mi nueva crema antiarrugas, mi piel se ha vuelto más tersa, increíblemente rejuvenecedora; parecen hasta haber desaparecido los tonos grises de mi cabello. La ropa me queda holgada, ni rastro de mi prominente barriga. Preparo mis cosas con avidez, es como si la casa estuviera encantada. Observo de soslayo y con cierta inquietud, una figurita de porcelana sobre un estante del recibidor que hace tiempo que terminó hecha pedazos. Algo esta pasando, marcho al trabajo. Nada mas abrir la puerta de la calle, las pezuñas de un enorme rottweiler noquean mi pecho frustrando mi avance. ¡Pero si es Moco…! Dónde te has metido todo éste tiempo… Meneos de rabo, lametones, envites cariñosos. Aunque resulte inexplicable, me alegro por los niños, cuántas lágrimas derramadas, cuántos carteles fijados por doquier. Y ahora, míralo; como si nada, devorando el pienso en su comedero. Algo extraño está sucediendo. Me monto en el auto para ir al trabajo, la chapa exterior refulge impecable, incluso su interior huele a coche nuevo. No puedo dejar de observar mi rostro reflejado en el espejo retrovisor, cada vez más joven; casi pierdo el control del vehículo en una curva. Daría mi vida, que aquel árbol junto a la gasolinera lo quebró el viento una pasada tormenta hace años. Las ropas cada vez huelgan más de mi cuerpo. No sé si continuar camino de la oficina o ir al médico en busca de alguna explicación racional. Un agente de la autoridad escamado fija su atención sobre mí, cuestionando con una expresión de duda mi edad para ir al volante.

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