Wednesday, May 19, 2010

DÍAS DE GLORIA Y FÚTBOL

Guardo un gran recuerdo y un número considerable de cicatrices en las rodillas, de mi infancia en los campos de fútbol. Ahora da gusto practicar balonpie, la mayoría de terrenos de juego disponen de una tupida alfombra de césped artificial que amortigua las caídas. No aquella tierra encharcada por la lluvia y pisoteada por esa aficionada legión de peloteros, que después al sol, formaba unos boquetes de dura arcilla donde te dejabas la piel a tiras. Qué difícil hacían el control del balón; por no citar las pelotas, pocas guardaban una esfera perfecta: "apepinadas". Igual que aquel artilugio rodado que dejaba un rastro de cal, en algunos puntos sinuoso, sobre todo, si el que tiraba del carro primero había pasado varias veces por la cantina siempre presente; eso sí persiste y nunca desaparecerá de los terrenos de juego.
Nunca olvidaré, por su horrible adversidad, un frío enfrentamiento entre los equipos infantiles del Sabadell y la Unión Deportiva Cornellá a finales de los setenta, la mañana de un domingo rociado con helados copos de nieve. Después de los noventa minutos de Odisea, lo peor, una vez finalizado el encuentro y en los vestuarios, era vestirse con los dedos de las manos totalmente congelados. A mí me ayudó la joven madre de un compañero, y todavía me deleito con aquella bisoña sensación, mezcla de sensualidad y pudor, cuando me subía la cremallera de la portañuela.

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