Mi nombre es Juan, pero todo el mundo aquí dentro me conoce como Johnny (Johnny Farlopa). Llevo unos años en Proyecto Hombre, un centro de rehabilitación para disminuidos psíquicos donde ingresé después de una fiesta mayor celebrada en mi pueblo, me dío por lanzar a mi abuela en silla de ruedas por un descenso de "carretons". No pretendía hacerle daño, la quiero un montón, es la única persona que tengo ahí fuera; pero bueno, reconozco que se me fue la pinza, demasiado ímpetud quizás, y demasiadas clenchas.
Todo eso se acabo, la terapia, el sosiego, la medicación; incluso he cogido unos kilos, y aunque me siento algo hinchado y un poco lento, no me quejo. Esto no es una carcel, ni tan siquiera un manicomio. Los fines de semana te dejan ir a casa; pero yo no salgo, fuera me harto a cafés y todos son dientes largos.
Pero sin duda, lo que peor llevo de todo, es el cumplimiento de algunas normas, y no por rebeldía, no. ¡Hay que comérselo todo! En la mesa. Y no es que no tenga apetito, es que al tratarse de una ONG, el sustento alimenticio funciona a base de donaciones de productos (la mayoría caducados) por empresas como Pescanova, Eisman y otras. De ésta manera, apurando fechas, ya nos ves a todos comiendo unos días, mañana tarde y noche: que si palitos de merluza, que si buñuelos de bacalao, croquetas de "vetetúasaber"... Ahora, por lo que si no paso, es por los helados de la Frigo. Un magnum para desayunar a las 8 de la mañana, una bola de Carte d'or de postre al mediodia, un cornete para después de cenar. Mis dientes erosionados por la ingesta de tanto material (nieve, farlopa, ala de mosca, etc...) no lo pueden soportar ni un momento más.
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