Friday, July 13, 2012

NATURALEZA SALVAJE



   La pasada noche sólo me faltó de colofón amenizando mis inmediaciones, la banda sonora de los Gun's and Roses: "Welcome to the Jungle". Me hallaba ubicado en la confluencia de salida de tres famosas discotecas que lindan a escasos metros con el Casino de Barcelona, las torres Maphre, y el Hospital del Mar, en pleno paseo maritimo. Eran las 4 de la mañana. Jueves. Tenía que recoger a una persona y ésta se demoró algo más de una hora. No es que me sorprenda, hace unos años y de forma esporádica, quizás yo haya pertenecido a esa Jungla; pero el paso del tiempo y las circunstancias me habían convertido en un escribano espectador. 
   Una manada de hienas colapsando el tráfico por toda la manzana, atravesando sus vehículos, disputándose a dentalladas las víctimas de sus taxímetros, al acecho. Me recordó el trajín de cualquier aeropuerto. El 90 por ciento de los taxistas del turno de noche de la Ciudad Metropolitana son de tez cafe con leche; incluso pude observar un conductor ataviado con el típico harapo envoltorio indio sobre la cabeza, con un pequeño domo-cebolla en la parte frontal; sin duda, familiar lejano del mítico Sandokan: "El tigre de Malasia".
  Por las aceras, una caterva de chacales vendiendo latas de cerveza, botellines de agua, bocadillos "quebaks". En el paseo, donde el follaje Mediterraneo es más frondoso, éstos chacales se transforman en lobos hambrientos y te ofrecen por asalto, desde "farlopa", hasta marihuana y hachis. Los más osados se ofrecen a las señoras que revolotean por la zona, apetitosas gacelas noctámbulas, por un rato de amor en la arena.
   Dos panteras africanas ataviadas con llamativos ropajes se acercan por mi espalda:
  -Daddy... Una mamadita... (Cobrando, claro está; y si pueden te soplan hasta la cartera junto al rumor del placido oleaje de un lánguido mar). El de la Barceloneta.
   Por las puertas de las salas, en bandadas, tropeles de turistas ebrios. Jovenes de aspecto sonrosado y mirada perdida, paso deambulante, asaltando las calles, el paseo, la arena de la playa, los taxís...
   De vez en cuando una patrulla de la guardia urbana despeja el tráfico a golpe de sirena. Los Mossos en un furgón, nadie parece prestar la más mínima atención.
   En un momento dado me fijo en uno de estós lateros pakis que pasa junto a mí, mirando avizor por todas partes; me hago el disimulado y observo como introduce una bolsa de latas en el interior de un contenedor de basuras, bien colocada. Mira a uno y otro lado. Nadie se ha percatado. Veo como cruza la calle hasta la acera y se va a la zona del Paseo. Por un instante me ronda por la cabeza la idea de llevarme las latas. Desisto. No merece la pena.
   Una indefensa damisela se acerca atravesando la calle con el rostro compungido, pálida, con la pintura de los ojos desfigurando su hermosa tez, intentando mantener el equilibrio postrada en unos enormes taconazos; la falda es tan corta que se eleva por sus exquisitos muslos hasta límites insospechados. Haciendo zigizaga y aspavientos con los brazos consigue llegar tras esquivar varios taxis a la otra acera, empieza a dar harcadas y a sufrir pequeñas convulsiones en el tórax. Va a hechar hasta la ultima papilla. Como puede, se sostiene apoyada en el contenedor. Seguidamente introduce parte de su cabeza en el mismo y empieza a vomitar. Hasta mi posición llega el olor acido y agrio del vertido. Me acerco a ella y me intereso por su salud. Se encuentra mejor, incluso el color de su cara se ha tornado en habitual. Se marcha errante con rumbo incierto.
   A los pocos minutos regresa el latero. Nada más meter la mano la retira fugaz con la cara sembrada entre una mezcolanza de asco y terror. Finalmente saca la bolsa de plastico bañada en detritus, la limpia como puede, y como si nada vuelve a su empeño comercial. Por fín llega la persona que estaba esperando.
    - Papa, tengo sed... Porqué no compramos una lata.

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