Sunday, September 04, 2011

EL PESCADOR Y LA SIRENA

Los peces ya no pican el anzuelo. Los pensamos indefensos y bobos porque los ponen en nuestra mesa y los devoramos con deleite y sin esfuerzo. Pero que nadie se crea que son tontos, al menos los de ahora. Yo creo que sus mayores los adiestran desde pequeños y son capaces de merendarse un gusano inmolado en el señuelo, en un periquete y sin caer en la trampa. Aquí la única víctima es el gusano, ese si que prevalece a su destino; primero se ve atravesado por un alambre por todo su cuerpo, desde la garganta; y si le queda algo de vida empalado a esa férrea prótesis, acaba en las fauces de algún astuto pececillo. Yo me entretengo observando la punta de la caña, esperando el ansiado vaiven que anuncia la merecida recompensa, pero el único movimiento es el de las olas al romper contra las rocas, cargadas de espuma y de la brisa que acaricia mi cuerpo. La noche estrellada parece inmersa en los recuerdos. Mediterráneo. Cada dos minutos, una nave voladora surca los cielos hacia las aguas abisales, con su guiño de luces de colores. La luna, oculta en alguna parte, se esconde recelosa. Mi hilo se enreda con el sedal de los otros pescadores; es lo único que consigo pescar, el enfado de mis airados vecinos que marchan ofuscados y dedicando improperios. Dicen que son los cangrejos los que celebran su festín. Desconozco por completo los trajimanejes marinos. La soledad me invade y solo el rumor del mar rompe el silencio. Algo se mueve junto a las olas, la espuma levanta una áurea fosforescente teñida de escamas que brilla en la oscuridad de la noche. Parece una sirena; su silueta ondulante deja ver el torso de una bella mujer, sus brazos desnudos y recubiertos de algas parecen invitarme. Sus senos erguidos incitan mis gónadas. Sus gestos indican "ven", con constancia. Yo me hago el remolón pues aunque la sirena está de escándalo, no es plan dejar la caña y tirarme al mar, vestido, dejándolo todo atrás. Insiste insinuando sus hermosos contornos. Una bella princesa hija de algún dios del mar, quizá Neptuno. Por mucho que me esfuerze no consigo resistirme a sus continuas invitaciones. "Ven... Tonto... Sumérgete conmigo en este paraíso delicioso y húmedo..." Va mermando mi resistencia sus previsibles caricias, sus prominentes beldades. Al menos he pescado algo, finalmente me entrego vencido a sus encantos en un mar inmenso y seductor.

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