Thursday, August 14, 2008

Una enfermera sanguinolenta



Cuenta Kafka en sus diarios, que para realizar una autentica descripción, hay que elevarse a una pequeña distancia del objeto y mantenerse suspendido a su alrededor en plena libertad.
Un sueño: Me encontraba en la Sala de espera de un mugriento hospital, junto a mí, varias personas de rostro indefinido aguardábamos sentados en incomodas butacas la salida airosa del quirófano de algún familiar o amigo intervenido. De pronto, y de manera impetuosa, como abordaría un pedigüeño el vagón de un metro, una enfermera regordeta y sin cuello, alzando la voz entre súplicas:
-Por eso razón, les rogamos si son tan amables, se pasen por el Banco de Sangre para una donación... ¡No la podemos crear..!
Sala de extracción. Observo mi cuerpo desnudo, tumbado y sujeto con bridas a una camilla. A mi lado, un sujeto pálido y desinflado como lirio desecado. Mis brazos, conectados mediante tubos inyectados a mis venas, fluyen hacia un trípode metálico donde penden varios goteros. Por la inhóspita sala, merodeando bajo su bata blanca, la enfermera regordeta me dedica una sonrisa de soslayo, asomando delatores unos prominentes colmillos. En una pared la foto enmarcada de Cortazar.
Sigo el trayecto de los pequeños oleoductos en dirección a la pared de enfrente, atravieso el muro con mi mirada omnisciente, aparecen en una lujosa sala de otro hospital donde a través de sus ventanas vislumbro la costa caribeña y unas palmeras. En sendas camillas anatómicas, dos bronceados ejecutivos conectados a unos goteros donde desemboca nuestro fluido sanguíneo. Me fijo en sus curiosas etiquetas con las siguientes inscripciones: JOVIALIDAD; REVITALIZANTE; PASIÓN; ESTIMULANTE;

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