Yo conocí sobradamente a una persona que en su vida había derramado una sola lágrima, tenía los ojos secos y apagados, cada vez que pestañeaba, sus pesados párpados rechinaban como rellenos de arena, y si alguna vez conseguía con sumo esfuerzo, guiñar uno, era como cuando en el cielo tras una oscura tormenta se abre un claro entre las nubes mostrando un pequeño surco azul celeste.
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