Entre lúcidos intervalos y algunos momentos de claridad, mi mente logra conectar con el dios que habita los bosques. Tuve conocimiento de su existencia hace ya bastante tiempo, entre algunos versos de Rafael Alberti, en un viejo libro recuperado de una biblioteca maldita.
Recorrí valles y montañas, anduve por casi todos los parajes naturales de nuestra Cordillera, no conseguía dar con él. Nadie era capaz de decirme cómo se manifiesta, cómo es su presencia, algún dato o pista que lo caracterizara.
Perdida toda esperzanza, de regreso entre una profunda arboleda, el crujido de las hojas secas a mi paso parece querer decirme algo; la corriente de un pequeño arroyo chapurreando con las rocas; el crujido de las ramas al cimbrear mecidas por la brisa del viento; la mirada de algunas aves; el aroma de la tierra... Todo se conjugaba de sensaciones en un intento por comunicarse conmigo. No logrando entender nada, exacerbado por la emoción, perdiendo incluso el aliento; tras un silencio atronador recupero la respiración mediante una profunda inspiración en la cual el dios que habita los bosques se cuela por mis fosas nasales, insuflando lo mas profundo de mis adentros, apaciguando con una inmensa serenidad y calma cada una de las moléculas que constituyen mi cuerpo.
No comments:
Post a Comment