Wednesday, March 23, 2011

LA TEORIA DEL SILENCIO

Siempre se me ha considerado como un caso aparte. Cuando era una niña y algún adulto me preguntaba lo que quería ser de mayor, una y otra vez, la misma y categórica respuesta: Yo de mayor quiero ser filósofo. Toda una vida dedicada a conseguir ese sueño. Ya sé que era una niña, y hubiera sido más fácil ser filósofa, pero no, yo quería ser como esos señores serios de largos bigotes y blancos cabellos que ilustran los gruesos tomos de las enciclopedias, uno de esos sabios soñadores griegos. Tenía una idea. Durante mi adolescencia, pasé años tratando de encontrar un sistema lógico compuesto por observaciones, axiomas y postulados, con los que poder desarrollar esta idea, y convertirla en una teoría. Recuerdo con tristeza la preocupación de mis padres, familiares y amigos; bueno, amigos he tenido pocos. “Tienes que salir a divertirte con los otros chicos” “ Esta niña siempre encerrada en su cuarto”. Yo tenía la capacidad suficiente como para entender la realidad más allá de toda experiencia. Lo primero fue bautizar el término: La Teoría del Silencio. Seguidamente, tras años de dedicación y grandes esfuerzos; traté de desmontar todo el conjunto de hipótesis, que para mi no eran más que conjeturas, sobre el origen del Universo, el Big Bang, su expansión tras el gran estallido. Antes de todo esto: El completo vacío, la nada absoluta, el inmenso Silencio. Una ausencia infinita de sonido a temperaturas excesivamente altas, hace estallar como un enorme tímpano generando partículas que se fusionan a través de las primeras ondas, multiplicándose estas paulatinamente a través del tiempo, hasta generar la materia. Todo es Silencio. La vida es Silencio en estado puro. El agua es Silencio. El Cosmos es Silencio igual que el aire antes de ser azotado por el viento. El ruido y los sonidos son sólo la ausencia del Silencio. Todo partió del Silencio. Sin duda, más allá de la vida, en la muerte, no hay nada más que Silencio. Nadie puede refutar todo esto. Los últimos años de mi vida los dediqué con suma devoción a difundir mi Teoría. En cada pueblo, en las grandes ciudades, en diferentes países. Llenaba grandes auditorios, colosales teatros, incluso estadios de fútbol. Desde el centro del escenario, en segundos, conseguía con mis gestos enmudecer todo el recinto, paralizar cualquier actividad, incluso la respiración. Pasaban los minutos en un gran Silencio, hasta conseguir ensordecer el espacio, retornar a los principios del ser humano, del Universo. Algo realmente mágico. Por eso ahora, cuando me quedo postrada mirando con mis ojos cansados y sin luz, la imagen de esa cara de mujer con los labios fruncidos tras un afilado dedo, colgado en medio del pasillo de este manicomio, rogando silencio. No puedo más que adoptar una mueca en mi rostro que no consigo controlar, que pasa de la cruel ironía, a la salvaje locura.

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