
¿Quién habrá sido el osado
truhán que ha plastificado en cautiverio los
donuts? ¿Cómo se ha atrevido a perpetuar tan maléfica y devastadora acción? Durante años, el
donut, libre de todo embalaje, ha inundado nuestro paladar con su deliciosa textura sin parangón, culminando un sabroso e inigualable rosco: dulce, esponjoso y fresco. Ahora, dentro de su insípida mortaja de celofán, nada es igual; reseco, mustio, apelmazado. El
donut nunca volverá a ser aquel caprichoso maná matutino del desayuno, ese broche repostero y vespertino para merendar. ¡No más
donuts en cautiverio! Libre y sueltos en sus cajas por docenas, a diario; con esa patina seductora, ese brillo deleitoso y seductor de antaño que tanto anhela nuestra memoria gustativa.
No comments:
Post a Comment