Saturday, March 27, 2010

EL CEMENTERIO DE PEQUEÑOS ANIMALES

Cerca de casa hay un cementerio para animales, construido evidentemente, por la mano del hombre, un espacio entre grandes montañas donde descansan los huesos de cientos de bichos domésticos. Una idea romántica que me recuerda las primeras películas de Tarzán, donde los viejos elefantes recorrían su última travesía por la jungla en dirección a un rincón sagrado de la selva, para yacer en paz y rodeado de enormes huesos y colmillos de sus antecesores. Un recóndito subterfugio con cascada de agua, gruta y caverna incluidos.
En nuestro cementerio, lo más salvaje sin duda es un viejo pagés que se encarga de vigilar el recinto y, que con fines bastantes sospechosos, ha extendido un rumor que ha llegado incluso a la pequeña pantalla; en el que constata y proclama una nocturna y frenética actividad de espíritus, fantasmas, y almas en pena merodeando por los nichos.
No seré yo quien desmienta el entuerto. A pocos metros del camposanto, una pista de tierra une las población donde habito y mi lugar de trabajo. Una noche de regreso a casa, en una de las curvas del trazado, en la que desde hace unos años, otro salvaje, dejó abandonados dos valientes perros de caza que no se han movido de allí desde entonces, sufriendo mil y una inclemencias: lluvia, frió, hambre, desamparo. Siempre corren detrás de los vehículos durante un tramo, defendiendo su espacio, o quizás, enrabiados por no ser el coche de su dueño que viene a buscarlos. Esa noche los vi cruzar como alma que se lleva el diablo, despavoridos, arrastrando el rabo desesperados, y no detrás, sino delante de un peludo gatito blanco que más bien parecía un peluche, con su lacito rosa y su cascabel dorado, de no ser por unos afilados colmillos ensangrentados que asomaban por su boca y uno de sus ojos cayendo descolgado de su cuenca. El otro ojo, desorbitado, visionando el más allá. Casi lo aplasto con las ruedas de mi furgoneta. Después del frenazo detuvo su persecución girando su cuello como la niña del exorcista, mirándome con una arrogancia espeluznante. Se me congeló el alma, metí la marcha casi sin apretar el embrague, y no he vuelto al lugar así me maten.

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